22.10.09

BATALLA DE PLUMAS



Fragmento extraído de la novela
Amor de hombre de Yolanda García Serrano

Roberto es un chico que se ha instalado en mi casa, y hasta ahora todo funciona como había imaginado. Hacemos el amor todas las noches y sabe cómo encontrar mi punto flaco. Está muy guapo con mis camisas y cuando le veo entrar, me siento un adolescente juguetón. De todas formas, me molesta reconocer que echo de menos a Esperanza. Ahora le tengo a mi lado, en el sofá. Roberto me da golpecitos en el brazo y sé lo que significa. Como es más fuerte que yo, acabará tirándome al suelo y colocándome encima de mí para iniciar una pelea que terminará en la cama como siempre. Los golpes son cada vez más fuertes, incluso me hace daño con el puño. No se da cuenta de que no estoy acostumbrado a las peleas, ni siquiera cuando era niño lo hacía con mis amigos, pero he descubierto al cabo de los años lo divertido que puede ser. Al ver que no respondo, me inmoviliza con su cuerpo y noto que los cojines se hunden con nuestro peso. ¡Bestia! Te vas a enterar, le digo mientras me aprisiona. No puedes conmigo. Y ahora me hace cosquillas. Sabe que no lo resisto, se me van las fuerzas con la risa y estoy en sus manos. Me agarra un ridículo michelín de la cintura que no consigo eliminar con mis horas de gimnasio. Es tan pequeño que a simple vista no se ve, pero si relajo el cuerpo, puede notarse al tacto. Esto no me gusta nada dice, Yo no soy profesor de gimnasia y no me dedico a enseñar el cuerpo. Te lo veo yo y me molesta. Pues cierra los ojos. Hemos caído al suelo y sigue aplastándome con su cuerpo. Las piernas son como dos barras de hierro que no me puedo quitar de encima. Sujeta mis manos por encima de mi cabeza y ríe como un río. Me encanta el brillo de sus ojos verdes cuando me tiene en su poder. Se ha enfadado. No le contestó entre risas. Sí, se ha enfadado porque le he llamado fofo. No estoy fofo. Y déjame, porque me haces daño. Estamos los dos congestionados con el esfuerzo. Por fin consigo escapar de sus manos y corro hacia la habitación. Él me persigue mientras sigue llamándome fofito y salta como un animal sobre la cama. Luego se quita la camiseta y comienza a darme golpes con ella, pero esta vez son más suaves, preludio de las caricias que vendrán a continuación.



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