Fragmento extraído de la novela
Confesiones de una máscara
de Yukio Mishima
Era un hombre joven de hermosas y coloradas mejillas y ojos resplandecientes, con una sucia tira de tela alrededor de la cabeza para contener el sudor. Bajaba, llevando sobre un hombro una larga pieza de madera de la que pendían cubos de inmundicia nocturna, y hábilmente armonizaba sus pasos con el balanceo de la madera, manteniéndola así en equilibrio. El hombre de las inmundicias nocturnas era el encargado de llevarse os excrementos. Iba vestido de obrero y calzaba una especie de zapatillas que dejaban al descubierto los dedos de los pies, con suela de goma, y parte superior de tela de saco. Llevaba pantalones de algodón, azules y muy ceñidos. El examen al que sometí a aquel joven fue insólitamente minucioso para un niño de cuatro años. a pesar de que entonces no me di clara cuenta de ello, aquel muchacho representó para mí la primera revelación de cierto poder, la primera llamada, esta llamada se expresara, por primera vez con la forma de una porteador de mundicias. Tuve el presentimiento de que en este mundo se da un deseo de tal especie que es como un punzante dolor. Al levantar la vista y mirar a aquel muchacho sucio, me sentí ahogado por el deseo, pensando: “quiero cambiarme por él” pensado “quiero ser él”. Recuerdo bien que mi deseo se centraba en dos puntos centrales. El primero de ellos eran los ceñidos pantalones azules, y el segundo era el trabajo de aquel muchacho. Los ceñidos pantalones destacaban claramente las líneas de la parte inferior de su cuerpo, que avanzaba con suave agilidad y parecían dirigirse directamente hacia mí. En mi interior nació una inexplicable adoración hacia aquellos pantalones. No comprendí por qué.
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