Fragmento extraído de la novela
Amor duro de Gudbergur Bergsson
Me metí en la cama a primera hora de la tarde, la hora acordada, porque iba a dejarse ver entre la una y las dos. Acababa de bañarme para estar limpio y para que él pudiera ensuciarme un rato con sagrada inmundicia, profanarme con pasión, revolcarme en sus olas y entregarse a mi amor en lo que para él no es más que pura lujuria y para mí algo vinculado a un amor atormentado y puro. Pienso que el cuerpo está más dispuesto para el amor si no se entrega a él recién lavado, sino después de recuperar las sales de la piel, cuando ya no está artificialmente limpio y oliendo a jabón a agua de colonia. Por lo menos el de los hombres. Es distinto cuando estoy con mi mujer: ella está mejor recién salida de un baño tibio. Tengo que darme una ducha fría o passer arriba y abajo antes de poder acercarme porque como dice mi mujer. “Las contradicciones violentas, en eso como en otras cosas son mejores”.
A mi me gusta que el cuerpo conserve su olor natural en el amor. Lo prefiero cuando acaba de llegar del trabajo y huele a esfuerzo, está algo cansado y necesita encontrar reposo en nuestro encuentro. Ya había comido y había preparado mi cuerpo para que rajáramos nuestras carnes en un silencio que se rompe sólo por algunas palabras sencillas, siendo siempre las mismas, sin embargo, son tan efectivas en plana excitación como en su principio, aunque al final se vuelven turbadoras y suenan ridículas a la mente. Uno casi siente vergüenza y se queda completamente pasmado de unas palabras tan vacías y gastadas puedan parecer verdaderas y provocar placer en el lugar y en el momento adecuados.
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