6.5.09

STRIPER BOY

Fragmento extraído de la novela
Habitaciones separadas

de Vicenç Tondelli

En la planta baja hay una discoteca con una pequeña pista de baile, algún televisor que transmiten video-clips, una barra de bar, flípers y videojuegos. En el piso de arriba hay un piano bar, con algunos clientes sentados en las mesitas de madera y una luz mortecina. Para acceder al tercer piso hay que pagar una entrada. Leo está intrigado. Se adentra por un pasillo escasamente iluminado por una luz roja, al fondo de la cual los clientes se amontonan. Arriba de las cabezas de los clientes, envuelto por una nube de humo bajo la luz de los focos, Leo entreve el cuerpo medio desnudo de un bailarín. Michael pide un par de cervezas y mira de abrirse paso. Leo, lo sigue con la mirada del chico que baila. Consigue acercarse a la pasarela, a su lado hay mesas, ocupadas por hombres taciturnos que miran al bailarín, con la cabeza girada hacia atrás. A lo lago de las cuatro paredes, de unos diez metros cada una, está llena de taburetes y mesitas circulares inundadas de cerveza. Hay clientes que se van y Michael consigue dos sitios. Leo pide más cerveza. El boy avanza por la pasarela, alternando posturas acrobáticas con contorsiones propias del baile. Mira hacia el público, sonríe, topa con la mirada de un hombre y la mantiene moviendo la pelvis, después se deja caer a tierra, se alza de nuevo, y vuelve al otro lado de la pasarela. En medio de la sala hay un globo de espejitos que gira lentamente y proyecta reflejos luminosos encima de los espectadores y el cuerpo del bailarín. De vez en cuando la sala se ilumina con unos focos intermitentes de colorines.

Después del primer pasaje musical, hay un cambio rápido de luces. El ritmo de la danza ahora se acelera y la oscuridad invade la pasarela. El boy mueve insinuantemente la cintura, se dobla se arquea, imita el acto sexual. Lleva una camiseta llamativa y unas bermudas de ciclista, negras y ajustadas, con unos calcetines blancos, muy gruesos, y zapatillas de básquet, con la tobillera cosida. La camiseta, que se quita y lanza hacia la gente, desaparece en un abrir y cerrar de ojos. Más complicada y laboriosa es la operación de sacarse las bermudas,. El chico es musculoso, con los cabellos rubios, de cepillo, sin ningún pelo en el pecho o en las piernas. Debe rayar los veinte años y tiene unos morritos incitantes. Se planta en medio de la pasarela y se saca los pantalones con una especie de danza de vientre, haciendo que los focos iluminen alternativamente primero la blancura de una nalga, después la otra nalga y el pubis. Cuando finalmente se baja los eslips, reteniéndolos a la altura de los muslos, solo queda cubierto por un tanga de cuero negro. Baila un rato más jugando con el taparrabos, haciendo pequeños pasos como una geisha. Y acto seguido desaparece detrás de las cortinas. La música vuelve a cambiar y el proyector enfoca la rampa. El público, formado sobre todo por hombres de treinta a cincuenta años, enciende cigarrillos y se pone a charlar. Al cabo de unos minutos, o un poco más el mismo chico reaparece atravesando la cortina y provoca aplausos, silbidos y gritos. No lleva absolutamente nada, a excepción de los calcetines y las zapatillas. Está en erección y baila masturbándose. De las mesas, bajo las pasarelas, comienzan a aparecer los dólares. Él se acerca y muestra la cigala, acercándola casi a la cara de la gente. O bien dobla las piernas y enseña las piernas. El público puede tocarlo. El chico se deja hacer durante unos segundos, recoge los dólares y se los mete entre los calcetines, dando las gracias. Y así mientras dura la música. Y se pone cabeza abajo y hace ver que folla o bien que levanta las piernas y mueve las nalgas como si lo estuvieran penetrando. Mira a los clientes, les lanza besos y sonrisas, va sumando dólares. Entonces desaparece y da paso a otro chico.

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