Fragmento extraído de la novela
Junto al pianista de David Leavitt
Había fotografías sobre la tapa del piano, la mayoría mostrando un muchacho de pelo largo y un hombre de pelo corto en diferentes etapas de su crecimiento. El segundo resultó ser Kennington: Kennington, la fuente de las tribulaciones de Joseph y de la visita de emergencia. Según Tushi, Joseph y Kenington llevaban juntos más de veinte, aunque ya nunca tenían relaciones sexuales y ambos se acostaban con otros hombres. Lo sabía de buena fuente. Con el tiempo, los dos habían adquirido la costumbre de confesarse con ella, de tal modo, que constantemente necesitaba estar al tanto de lo que era un secreto y lo que no lo era. El joven se alejó del piano y volvió al sofá, donde hojeó un ejemplar de New York. Para su pesar, empezaba a sentirse un poco exasperado, un poco… Un poco picado. Las penas de amor las entendía, claro; las había padecido. De todos modos, cuando tenía penas de amor, a él nunca se le ocurriría convocar a una amiga junto a su cabecera. En vez de eso, sencillamente se emborrachaba y veía algún programa estúpido en la televisión. Y ése, según él modo correcto y adecuado de actuar. El comportamiento de Joseph, en cambio, le parecía típicamente homosexual: una valoración cargada de ignorancia, le habría reprochado. Tushi, dado que hasta ese momento con los homosexuales se había limitado a la sala de urgencias, donde una vez trató aun tipo con un limón atascado en el recto. Cuando le preguntó cómo había ido a aparar el limón allí, el tipo contestó. “Me he caído en la ducha” verdaderamente la vida era algo misterioso y maravilloso.
Junto al pianista de David Leavitt
Había fotografías sobre la tapa del piano, la mayoría mostrando un muchacho de pelo largo y un hombre de pelo corto en diferentes etapas de su crecimiento. El segundo resultó ser Kennington: Kennington, la fuente de las tribulaciones de Joseph y de la visita de emergencia. Según Tushi, Joseph y Kenington llevaban juntos más de veinte, aunque ya nunca tenían relaciones sexuales y ambos se acostaban con otros hombres. Lo sabía de buena fuente. Con el tiempo, los dos habían adquirido la costumbre de confesarse con ella, de tal modo, que constantemente necesitaba estar al tanto de lo que era un secreto y lo que no lo era. El joven se alejó del piano y volvió al sofá, donde hojeó un ejemplar de New York. Para su pesar, empezaba a sentirse un poco exasperado, un poco… Un poco picado. Las penas de amor las entendía, claro; las había padecido. De todos modos, cuando tenía penas de amor, a él nunca se le ocurriría convocar a una amiga junto a su cabecera. En vez de eso, sencillamente se emborrachaba y veía algún programa estúpido en la televisión. Y ése, según él modo correcto y adecuado de actuar. El comportamiento de Joseph, en cambio, le parecía típicamente homosexual: una valoración cargada de ignorancia, le habría reprochado. Tushi, dado que hasta ese momento con los homosexuales se había limitado a la sala de urgencias, donde una vez trató aun tipo con un limón atascado en el recto. Cuando le preguntó cómo había ido a aparar el limón allí, el tipo contestó. “Me he caído en la ducha” verdaderamente la vida era algo misterioso y maravilloso.
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