
La noche es virgen de Jaime Bayly
Eras flaco, pelucón, tenías un pantalón de cuero negro, ajustadito, y una camisa de seda negra, bien chorreada y estabas todo sudado, y te divertías rico ahí arriba cantando esas canciones matadoras. Confieso que me gustaste a morir, mariano. Te vi y deje este chiquillo es un lunático pero está para morderlo por todas partes. Estabas divino, corazón. Flaquito tipo amante de Kate Moss que desayuna un rico pinchazo de heroína; blancón, paliducho porque no vas a la playa (y no porque no te cuides del jodido sol que te llena de arrugas sino porque no tienes carro para llegar al mar) Me encantó tu concha olímpica. Me fascina la gente descarada y coqueta. Y tú tenías una gran concha, mariano. Al toque me di cuenta. Cómo le movías la pinga a las hembritas que te miraban fascinadas. Tú sabías que estábamos mirándote con crecientes ganas. Yo tenía la garganta resaca de tanto mirarte / desearte. Par no hablar del pantaloncito negro: que malo eras, chico de la calle. Provocabas demasiado con el paquete bien apretadito, bien marcadito. Y por favor no me digas que te pusiste ese pantalón de casualidad. Cabrón, bien que te debes de haber probado cine pantalones antes de ponerte ese de cuerina, el que más puto te hacía sentir. Precisamente por eso me gustaste tanto, mariano, porque saltaba a la vista que eras un puto salvaje. Tú eras un descarado, un coquetón. Sabías que estabas matador y movías el culo como un demonio. Qué rico estabas, mariano. Yo te miraba y se me resecaba la garganta y tomaba más cocacola y pensaba qué ganas de lamerte el cuello guapo, qué ganas de sacarte ese pantaloncito negro y hacerte maravillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario