de Manuel de Pedrolo
¿No te cae la cara de vergüenza? Aún debía seguir con las mejillas como unos tomates, pero lo negué. Ella se quedó como si la hubiera abofeteado. Pero fui yo el que recibió. Porque al reaccionar me plantó la mano en la cara. - No lo vuelvas a hacer. No dejaré que me pegues. Y rabioso, sin darle ocasión de pronunciar otra palabra. Ya has abusado bastante de mí. Siempre gritando, siempre riñendo, siempre pegando. Me has hecho vivir una infancia miserable. Pero ahora ya no soy un crío. - No, eres un vicioso, un repugnante pervertido que me hará bajar la cara delante de todo el mundo. Si tu padre viviera… - Deja en paz, a mi padre. ¡Como si no le hubieses hecho la vida imposible como a mí! - ¿Yo? Volvió a avanzar, amenazadora. - Tú, sí tú, tú, que lo has envenenado siempre todo, que nunca nos has dado un momento de tranquilidad… Quizás por tu culpa soy el que soy. Porque es verdad. Soy todo lo que tú piensas y he ido con muchos hombres, y continuaré yendo, y tú no podrás hacer nada por impedirlo. Todo el odio contenido años y años dentro de mí ahora parecía reventar. Pero ella se abalanzó sobre mí: ¡Te mataré! la empujé sin miramientos y ella cayó sobre la cama, de donde se levantó inmediatamente, decidida como siempre para nada espantada de mi violencia. No vuelvas a tocarme, ni un hilo de la ropa. Esto se ha acabado, madre, se ha acabado. ¿Que no ves que he crecido y que también te odio? - Te denunciaré. Te haré detener y te internarán como un enfermo. - ¿Lo harías? ¿Lo harías? Ahora era yo quien avanzaba hasta tocarla, Ella no retrocedió, pero ahora los papeles se habían invertido. -Siempre me has odiado, Si hubiera sido una nena…
¿No te cae la cara de vergüenza? Aún debía seguir con las mejillas como unos tomates, pero lo negué. Ella se quedó como si la hubiera abofeteado. Pero fui yo el que recibió. Porque al reaccionar me plantó la mano en la cara. - No lo vuelvas a hacer. No dejaré que me pegues. Y rabioso, sin darle ocasión de pronunciar otra palabra. Ya has abusado bastante de mí. Siempre gritando, siempre riñendo, siempre pegando. Me has hecho vivir una infancia miserable. Pero ahora ya no soy un crío. - No, eres un vicioso, un repugnante pervertido que me hará bajar la cara delante de todo el mundo. Si tu padre viviera… - Deja en paz, a mi padre. ¡Como si no le hubieses hecho la vida imposible como a mí! - ¿Yo? Volvió a avanzar, amenazadora. - Tú, sí tú, tú, que lo has envenenado siempre todo, que nunca nos has dado un momento de tranquilidad… Quizás por tu culpa soy el que soy. Porque es verdad. Soy todo lo que tú piensas y he ido con muchos hombres, y continuaré yendo, y tú no podrás hacer nada por impedirlo. Todo el odio contenido años y años dentro de mí ahora parecía reventar. Pero ella se abalanzó sobre mí: ¡Te mataré! la empujé sin miramientos y ella cayó sobre la cama, de donde se levantó inmediatamente, decidida como siempre para nada espantada de mi violencia. No vuelvas a tocarme, ni un hilo de la ropa. Esto se ha acabado, madre, se ha acabado. ¿Que no ves que he crecido y que también te odio? - Te denunciaré. Te haré detener y te internarán como un enfermo. - ¿Lo harías? ¿Lo harías? Ahora era yo quien avanzaba hasta tocarla, Ella no retrocedió, pero ahora los papeles se habían invertido. -Siempre me has odiado, Si hubiera sido una nena…
No hay comentarios:
Publicar un comentario