9.1.09

CON TODA NORMALIDAD


Fragmento traducido y extraído
de la novela Un amor fuera de la ciudad
de Manuel de Pedrolo

Vosotros los que lo miráis todo desde fuera, sin más que unos conocimientos ocasionales, de segunda mano, con los que pretendéis juzgar, queréis ver en todo homosexual un afeminado. Y no es así, a pesar de los muchos que se complacen en autorizar este juicio con su conducta, con su exhibicionismo, con todos los gestos y actos que parecen más propiamente femeninos. Tienes que saber, que muchos de nosotros aborrecemos todos estos que hacen irrisoria, a los ojos de las personas… normales, la naturaleza de nuestros deseos, y con la indignidad de su conducta, ayudan a crear el clima que nos condena sin entendernos, sin haberse tomado la molestia de estudiarnos. Raúl era todo un hombre y ninguna desviación de la conducta general no podía evitar que lo fuera. Confieso que hasta entonces yo mismo había tenido una visión deformada, falsa de la realidad, y te aseguro que, si hubiera de toparme uno de estos para los cuales cuenta más el disfraz que la auténtica manera de ser, no habría caído tan fácilmente. Quizás ni hubiera caído, quizás me hubiera inspirado el mismo disgusto que vosotros sentís. Pero en Raúl no había nada de afeminado, y su manera de ser era clara, viril (…)

Después me hizo beber alguna cosa que él mismo me debía preparar, porque me quedé un ato solo, sentado en el suelo con la cabeza entre las manos. Justo después de debió ayudar a desnudarme, porque yo solo hubiera sido incapaz. Me debí dormir inmediatamente, y cuando me desperté muchas horas después, fue con una curiosa sensación. Abrí los ojos, y Raúl estaba sentado a mi lado, en pijama, Es decir, sólo con la chaqueta del pijama. Al verme que me había despertado se giró sobre sí. Juntos esperamos. Nos miramos en silencio, sin movimiento ni otro, y sólo al cabo de bastante rato mi mirada se desvió hacia su rostro. Los ojos seguían mirándolo, confiados.- ¡Cómo te encuentras? – Bien. y otra vez desvié la mirada, y de repente mi corazón hasta entonces pausado, a pesar de lo que me estaba sucediendo, se aceleró, como si sólo en ese justo instante me hiciera consciente de mi nueva situación. Me incorporé, rehusándolo. Era verdad, tenía miedo, un temor oscuro, infantil. Pero al mismo tiempo era como si todo aquello no me sorprendiera, como si de siempre hubiera sabido que tenía que llegar un momento como aquel, como si yo mismo lo hubiera deseado. Quizás fue también por desesperación. Sí, la desesperación entraba, y no en una cantidad despreciable. Era como un cuerpo que no sabe qué hacer de él mismo y se entrega a alguien con el propósito con voluntad. Todo, cualquier cosa antes, de seguir en aquel marasmo. Igualmente me habría podido suicidar.


Raúl me modeló con sus manos al gusto de su deseo. Era un hombre experto, y te puedo asegurar que nada avaro de su persona. Durante aquellos siete días me enseñó todo aquello que es posible de saber, y me lo enseñó con amor, porque, aunque a ti te cueste creer, el amor, el amor sincero, este amor que, según tú, sólo puede existir entre hombre y mujer, existe tan a menudo entre dos hombres que el azar de una aventura ha unido. (…) este amor, te repito puede existir entre dos hombres, y es lo que tuvo tiempo de crecer entre Raúl y yo en el transcurso de aquella semana. Es difícil imaginarse un enamorado más tierno y previsor, siempre atento a las necesidades, a los caprichos del amado, complaciente, compasivo…

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