10.12.08

MANOS A LA OBRA


Fragmento extraído de la novela
Los misterios de Pittsburg de Michael Chabon

Lo hicimos muy rápido, en la cama de la Mujer del Tiempo, pasando de los besos mordisqueantes a cada una de las descendentes y hostiles, pero familiares estaciones en el antiguo camino a la cópula, que siempre seguía cerniéndose ante mí negras, brutal y sonriente, cada vez más hostil, más descendente, y más familiar que todo lo conocido. Luego acaso diez o quince minutos después de mi llegada a casa, con la mano derecha aferrando un firme y esponjoso puñado de él y la izquierda apoyado en su vientre, me invadió un sentimiento merced al cual nuestro negro destino dejó de ser una amenaza. Partido en dos, al mismo tiempo el corazón se me colmó de lujuria; estaba agotado y cada minuto de los que estábamos haciendo me encantaba. Ser por una vez el más débil era un sentimiento extraño y exaltador. (…) Se bajó de la cama y correteó por el dormitorio arrojando papeles hacia todos lados, hurgando en los cajones, y luego desapareció en el cuarto de baño. Oí que abría el botiquín, en seguida un portazo. Volvió a pasar como un relámpago y oí bajar estrepitosamente la escalera y tropezar en el último peldaño con su propia prisa. Yo permanecía entre las sábanas enmarañadas, mirando sin noción del tiempo las manecillas del reloj. La respiración agitada y esa sensación de incauto deseo de que me jodieran, me producían punzadas de dolor en los flancos. El reloj se movía, el viejo visillo de la ventana ondulaba; volví a oír los pasos de Arhtur en la escalera. Entró una vez en el dormitorio, sin aliento pero sonriente y con una botella de aceite de maíz. Algo resbaladizo- dije y mi sonrisa fue como una burbuja iridiscente aflorando en una piscina de alquitrán fundido. Vamos ya. Tranquilízate. Estoy sin aliento. Dame un minuto. Dame un beso dijo él. Dolió mucho, y el aceite me pareció frío y raro, pero é dijo que había terminado yo no quise que parara. Se lo pedí, y él hizo todo lo que pudo, pero entonces me eché a llorar. Me abrazó, paré de llorar, y estábamos riéndonos del sonido que según él se me había escapado.

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