30.7.08

NUEVAS EXPERIENCIAS


Fragmento de El vampiro de la calle Méjico
de Vicente Molina Foix


Fue un experimento, una prueba a mí mismo, para medir los grados de la intensidad de mi fiebre y saber si había en el mercado antídoto para el síndrome de Esteban. Nunca he vuelto a una sauna desde aquellos días de decadencia romana en Ámsterdam, y la que visité en Madrid era bárbara. Estaba en una plazoleta donde los niños se columpiaban y caían apelotonados a la arena por un tobogán, pero los clientes pasaban por delante sin mirar la promiscuidad infantil ¿sórdida? Más que sórdidos, esos sitios son pegajosos. Peligrosos, y no por lo que piensas. La humedad, el vapor mineral y humano. Resbalé dos veces en la misma losa del cuarto de la ducha fría, pero a la tercera caí en los brazos de la suerte. Me impidió caer al suelo un muchacho para el que todo era primera vez. Su primera sauna, que se había tomado solo en la dacha de madera, aunque bastantes ojos miraron por el cristal de la puerta; su primera lipotimia al salir con la cara enrojecida y el pulso acelerado; su primer masaje a manos de una bestia allí empleada, que le dejó nuevo, su primer hombre mayor, yo. La primerísimo calidad de su carne.

Como me había ayudado a no carme en el suelo de esterilla plástica yo exageré mi desequilibrio, y le di un beso de efecto repentino. Quería irse de allí. ¿Tan mal besaba yo? al contrario, le daba vergüenza el promontorio que sobresalía de su toalla anudada a la cintura. Quería irse de allí conmigo. Le di otro. Y otro. Ya no hubo manera de pararle, mientras su montículo alcanzaba cumbres. El fuego del primer incendio forestal. Nos metimos en una cabina sin darnos cuenta de que estaba ocupada; un cuerpo joven de melena rubia adoraba de rodillas y con los brazos extendidos en plegaria a alguien que desde el éxtasis le pedía más devoción. Mi salvador primerizo me cogió la mano y me sacó de allí, como si creyera que aquella escena no me convenía. Pero la siguiente tampoco estaba libre: un buda con gafas bifocales y panza que se desbordaba sobre su sexo, dándole una imagen de eunuco. Esperaba fieles en la colchoneta.

Encontramos una cabina sin culto al final del pasillo, y no hicimos caso de unos kleenex que había en el suelo. A su lado cayeron nuestras toallas. Y todo para nada. Fue el fracaso más dulce de mi vida sexual, y no pienses tan mal de mí. Ya me encargué de que el muchacho se corriese por primera vez entre los femorales, una postura clásica desconocida para él que al terminar me dijo que le gustaba por el nombre en latín pomposamente pronunciado por mí inter femora; la traducción, habiendo salido un año antes del seminario, se la debía.

El resultado de la prueba resultaba inquietante pero edificante. Un chico que era mi tipo indiscutible y bastante más guapo que Esteban no conseguía excitarme. La primera vez que el amor de pareja me hacía impotente fuera de la pareja, y no sentí disgusto, aunque ante el chico fingí pesadumbre y me quedé media hora acostado a su lado oyendo todas las primicias de un solo día.

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