Fragmento extraído de
la novela
Pompas fúnebres de Jean Genet
Por uno de los pequeños intersticios
que había entre cada botón de la bragueta, pasé la punta del índice. Eric no
llevaba ni slip ni calzoncillos. Lo primero que noté con el dedo fue el vello.
Seguí adelante y noté la verga tan dura como si fuera de madera, pero viva.
Aquel contacto me extasió- En el éxtasis hay también miedo frente a la
divinidad o sus ángeles. La cola que estaba tocando con el dedo no era sólo de
mi amante sino de un guerrero, del más brutal de los guerreros, del más
formidable de los guerreros, del señor de le guerra, del demonio, del ángel
exterminador. Estaba cometiendo un sacrilegio y era consciente de ello. Aquella
cola también era el arma del ángel, su dardo. Formaba parte de esos terribles
artilugios que lo pertrechaban, era su arma secreta, la V 1 tras la cual descansa el
Fürher, el tesoro último y el primero de los alemanes, la fuente del oro rubio.
La cola quemaba, quise acariciarla pero no tenía el dedo lo no se había movido.
Para fingir que dormía, volvió a respirar con regularidad. Inmóvil en el centro
de una lucidez perfecta dejaba que el chavalillo hiciera lo que quisiera, y le
divertía su juego. Retiré el dedo y conseguí, con mucha habilidad, desabrochar
dos botones. Esta vez metí toda la mano, y con la misma delicadeza, aferré a la
polla. Su tamaño me emocionó. La oprimí y Eric, no sé en qué, reconoció que la
oprimía con ternura. Nos e movió. Al fin, al tranquilizarme la inmovilidad de
Eric por completo, se la meneé suavemente, él, sin duda, estaba pensando en
aquella cabeza de muchacha que remataba el cuerpo sólido y delicado, cargado
sobre la ciudad aterradora, con una túnica de balas. Se entretenía
reconstruyendo su rostro. Se le había concedido la mayor felicidad, ya que era
el propio chaval quien respondía espontáneamente a su secreta llamada y acudía a
dejarse empalar.
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