30.9.13

HASTA EL FONDO


 


Fragmento extraído de la novela

La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst

 
Me lo follé sobre la butaca: plegado sobre sí, con los pies contra los hombros. Sentía la necesidad de mirarle a la cara y de leer lo que le estaba haciendo en sus muecas de dolor y en sus gritos sofocados, en su enrojecer violentamente cuando le metí la polla hasta los huevo, en la mezcla inmediata de agradecimiento y repulsión. Había usado todo el lubricante que Cherif había dejado en el tarro, pero vi resbalar lágrimas por las comisuras de sus ojos, y su labio superior se erizó en una contorsión de angustia o de estimulada agresividad. Levantó una mano temblorosa, la apoyó contra mi pecho para pararme o para pedirme más. Yo estaba aloco de amor. y consciente, sólo en parte, mientras se instauraba la cadencia regular de la penetración, de un sordo deseo de herirle, le miraba mientras recibía su castigo, su merecido por todo lo que me había hecho pasar, las cuentas pendientes, las vejaciones de tantas semanas. Vi el placer estirarse dentro de él, inesperada, se le puso la polla tiesa otra vez, la boca se le aflojó, pero le hice todavía encogerse con pequeñas arremetidas hasta el fondo. Yo estaba subido en la butaca, follándomelo  como un soldado que hace flexiones, diez, veinte, cincuenta… le oía difusamente protestar, como si no estuviera seguro e querer quejarse, delgado en dos, sin fuerza, sin aliento, no había más que el metisaca lubricado y flexible de mi polla en su culo, que descorchaba unos pedos sonoros como el brindis de un banquete de bodas. Tenía el pecho y la cara bañados en sudor: salpicaba como un pugilista, el pelo empapado me caía de frente y se me metía por los ojos. Y ya casi estaba acabando. Me puse de pie, salí de él por un momento, y le volví agarrándole de las piernas. Su ojete relucía y se contraía y se la metí de un golpe y la dejé allí con dulzura, apenas moviéndola dentro de aquel limbo tembloroso que precede al final. Tuve la sensación profunda y luminosa de que aquél era el momento más hermoso de mi vida. le acaricié el anverso de los muslos, me agaché para lamer y respirar el leve olor a goma de su pies, le arrebaté la polla de la mano, y  se la meneé lentamente. Sus huevos se contrajeron. Dijo: No no y se me echó encima mientras un renglón de esperma me tachaba la cara y el pelo, una vez y otra vez. Y fui yo el que cayó: emití un gemido de dolor por el regusto amargo, mientras deseaba con toda mi alma la bendición de su mirada, aunque sus ojos estaban extrañamente velado, palpitantes e incoloros…

 

 

 

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