13.9.10

INCIDENTE EN MARRAQUECH



Fragmento extraído de la novela
El ejército de salvación de Abdalá Taia


Hacía calor. Demasiado calor. Me habían comentado que en verano esta ciudad era un verdadero horno: ¡Y era muy cierto! Pero eso no me molestaba en absoluto. Estaba con Jean. Todo iba bien entre nosotros. Después de Rabat, la compenetración parecía real. El amor físico contribuía bastante, por mucho que no fuera lo esencial, al menos para mí. Yo no me resistía, estaba encantado de tener un hombre para mí, que se interesaba por mí, que por un tiempo me hacía salir de mi entorno popular; un hombre occidental, culto, de algún modo, el hombre soñado. Sí todo iba bien. Se lo conté todo. Mis sueños, mis secretos. Mi familia. Mis lecturas. Mis carencias. Mis películas. Le hablé largo y tendido de París, que desde siempre me resultaba fascinante y donde soñaba con vivir un día. le confesé sin vergüenza mi deseo de ser cada vez más un intelectual, d ser capaz de ve el mundo como un intelectual, como él. Él siempre estaba feliz de escucharme, de descubrirme cada día un poco más. Una noche en que Jean y yo paseábamos por las tranquilas calles del barrio chic de l’Hivernage, antes de regresar al hotel. De pronto, dos policías – que sin embargo, tenían aspecto de buena gente- nos dieron el alto. Se dirigieron a mí en árabe, muy violentamente, con desprecio:” ¿Qué haces tú con este hombre? ¿Por qué lo molestas? ¿Es que no sabes que en este país está prohibido molestar a los turistas, pedazo de…? ¿Tu amiguito? ¿Tú dónde te crees que estás? ¿En Estado Unidos? Esto es Marruecos, pobre imbécil… pedazo de gilipollas. ¿Cuánto te paga? Enséñame los papeles…y que sea rápido. Jean no entendía nada. Se dirigió a ellos en francés diciendo que yo era su alumno en Rabat y que estábamos juntos en Marraquech. Me ordenaron decirle que lo que hacían era por su seguridad, para protegerlo, para que su estancia fuera agradable, para que se sintiera satisfecho con nosotros. Los marroquíes, para que fuera feliz y volviera a visitarnos, a ver nuestro bello país. Menos mal que vienes de Salé. “Si hubieras sido marrakchí, te habríamos empapelado en el acto… Ahora, largo, y que no te volvamos a ver por estos pagos. Ya estás avisado. Hala, fuera de aquí.” Los dos policías, en el momento de subir a su coche, gritaron desde el otro extremo de la calle: “No olvides hacerte pagar bien… ¡Y después lávate bien el culo, maricón de mierda!”


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