20.9.10

EL ESTUDIANTE DE PAMPLONA


Un poema de Javier Gato

Bajo el agua
nos enjabonamos el uno al otro
mientras nos besamos como alimañas.
En un momento dado,
una vez retirado el jabón,
planto una de mis rodillas en el suelo de la ducha
y me dedico a aplicar un segundo lavado
a la preciosa herramienta
del estudiante de Pamplona,
tan larga como lo es él.
Al futuro arquitecto se le escapa algún que otro
gemido de placer
y se agarra fuertemente a mi nuca y uno de mis brazos,
que acaricia todo su cuerpo.
La lujuria espolea a mi amante hasta herirlo
de ansiedad,
y sin ser capaz de esperar más
me lleva volando hasta el dormitorio.
Allí continuamos jugando entre las sábanas
con su llave maestra,
Me penetra a la manera de los animales,
desde atrás,
como las bestias que somos.
Acelera
y retarda el ritmo,
haciéndome gritar y jadear
alternativamente
para excitarse mejor
con sonidos tan obscenos.
Finalmente,
una vez abierta del todo la puerta a los placeres,
saca su llave maestra y se deja arrastrar
violentamente por el torrente de sensaciones
que ha dejado escapar, las cuales saltan a chorros
sobre mis nalgas,
que quedan totalmente bañadas
de una espesa y deliciosa crema.
Treinta segundos después yo también exploto,
salpicándome todo el pecho
y el abdomen con mi propio elixir.
Salto hacia la ducha feliz y satisfecho,
cubierto de semen por todos lados,
enajenado como una bacante
y enviciado como Mesalina
escapando de palacio
y bajando a los más sucios prostíbulos de Roma.
Una vez duchado y vestido,
el estudiante de Pamplona
me acompaña cortésmente
hasta el lugar donde me recogió y,
despidiéndonos fríamente,
nos damos mutuamente la espalda
para no volver a vernos probablemente jamás.
El futuro arquitecto se marcha calle arriba,
seguido de una ráfaga de viento
y de un séquito de hojas otoñales,
en dirección hacia el olvido.

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