
Fragmento extraído de la novela
La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst
Trabaja sobre todo con ordenadores y yo, como te puedes figurar, no me ocupo para nada de eso. Y luego de lo otro… lo otro sí que es un poco innoble, la verdad. Es, no sé como decirlo, una especie de traficante de fetiches. Vende vídeos porno a bajo precio por correo, comprándolos y copiándolos bajo manga, lo que supongo que es ilegal. Y vende también prendas de ropa interior usada, una actividad que también debe de ser ilegal, pero que resulta mucho más lucrativa. ¿Ilegal por qué? Porque las roba. Hay por ahí, y también por aquí, por lo que yo me sé, individuos dispuestos a pagar un capitalito con tal de conseguir, por poner un ejemplo, los calzoncillos de un estudiante de tercero de BUP o un suspensorio sudado auténtico. El hecho es que los artículos que vende Matt son un fraude. De vez en cuando sí que se busca a comisión alguna cosa original; pero por ejemplo, habitualmente te vende ropa que viene de San Narciso haciéndolo pasar por los calzones sucísimos de un joven cartero por los pantalones cortos de lycra del campeón del torneo escolar de squash. Va a la piscina municipal cuando los críos tienen la clase de natación y se lleva de extranjis un montón de ropa sucia. Edie me escuchaba con la expresión libre de prejuicios de quien, estando de vacaciones, acepta de buen grado aprender las reglas de un deporte nacional extranjero. Así que lo que cuenta es que estén sucios, ¡no? ¡Oh sín duda! Y el vello púbico. Eso dispara los precios de forma espectacular. En esto hay que andar con mucho cuidado. Parece que es una industria basada en la enseñanza. Pues, sí, al menos de momento, pero es posible que sea sólo la excitación de la rentreé que pone histéricos a los pervertidos. Hay gente más madura que también tiene sus seguidores; algunos de ellos incluso cobran de nosotros por pringarse los calzoncillos: nos hacen el trabajo sucio, por así decirlo. Todo esto es una revelación para mí. No me cabe duda. Es una especie de alquimia. Se coge una cosa cuyo valor real es mínimo, se le confiere, como por arte de magia, una valencia erótica, que la mayoría de las personas encontraría repugnante, y se amasa el dinero a paletadas. Y yo mismo me empalmé en la estrechez de los calzoncillos ajustados de Luc y pensé en las erecciones que habría tenido él contra el mismo tejido de algodón que ahora comprimía mi polla, y pensé en sus huevos bamboleándose allí todo el día.
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