
Fragmento extraído de la novela
Tiresias de Marcel Jouhandeau
Es tan bello que merecería ser el Alejandro Magno. Su rostro se parece al de los jinetes de la acrópolis: el mentón tiene una hendidura profunda, como una segunda boca. Jean beige pensó: “Esos dos se aman demasiado para no ir a vivir juntos. Si ocurriera así, perdería a mi mejor cliente” Y ha despedido a Richard sustituyéndolo por que s eme ofrecerá y reemplazará al otro, a quien no le permiten verme. Peor el hechizo se ha roto. la belleza del mensajero, quien lo exige de mí todo y cuanto antes, ha hecho el resto. Es cierto que ahora es el rostro de Philippe, con mucha mayor frecuencia que el de Richard, el que me visita. Entre dos sueños, es a él a quine distingo de inmediato, inclinando sobre mí, como una de esas figuras de piedra que he mencionado, pero vivo y acuciado por su espolón mi deseo me arrastra al galope con la presión de sus fornidos brazos blancos, que me sostienen como a una montura debajo de él Peor ¿ qué digo? Nadie sabría jugar al centauro mejor que nosotros. Un joven Antonin Artaud de cimientos más sólidos, un esqueleto de hierro color de cardenillo, de músculos de acero azul delineados bajo su piel fina. Más masculino de perfil que de frente, a causa de su prominente barbilla, atravesada por un marcado hoyuelo. La estupidez de Philippe nunca es una carga, es una estupidez de palafrenero. Una a su rudeza la dulzura necesaria para no permitir jamás que uno sienta su brutalidad; como un aceite de nuez entre nosotros.
Sólo me posee colocándose de rodillas, con mis piernas alrededor de su cuello. De esta forma su rostro queda expuesto sobre mí, con los párpados entornados, hasta el momento en que la dicha lo asalta y me invade a su vez. Entonces abre los ojos, enormes, unos ojos grandes de color pervinca cuya ternura se vuelve en ese instante aún más punzante porque su boca se frunce cruelmente, se retrae un poco como una ostra viva cuando la molestan de su guarida. Después sólo me queda hablarle de aquella mueca para que sonría, pero de la forma en que sonríen los animales dormidos al recordar en sueños la voluptuosidad.
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