6.10.11

JUEGOS EN LAS DUCHAS


Fragmento extraído de la novela
Una prudente distancia de Lluís Fernández

Atardecía cuando escondido en un retrete, esperé a que apareciera en los vestuarios y me hice el encontradizo. Por la puerta entreabierta lo veía desnudarse e ir hacia la ducha. Salí presuroso y me puse a su lado, en una de aquellas duchas corridas sin mampara., dándome jabón por nalgas y entrepierna con viril descaro. Por el rabillo del ojo lo vigilaba y así fue cómo lo descubrí con la mirada baja, hipnotizado allí mismo donde sostiene la mirada ese perverso niño retratado por el barón Von Gleden en Taormina. Me la puse semidura a base de enjabonadas y le di la espalda para que no pudiera descubrirme del todo. De vez en cuando me volvía y le mostraba entre la espuma blanca, el capullo rugiente despellejado hasta la raíz, y lo ocultaba de nuevo, para mayor suplicio suyo, que trataba en vano de acecharlo sin denunciar su angustioso deseo. Comenzó a excitarse. Se enjabonaba y aclaraba tantas veces como yo, demorando la salida de la ducha. Para su sorpresa, le pedí que me enjabonara la espalda y titubeó, alarmado ante el despliegue de su sexo y del mío. Sonrió ingenuo, me volví y deslizó con suavidad sus manos por los hombros. Me arrimé con cautela hasta tocar con mis nalgas su verga y reculó. La noté de nuevo, rozándome imperceptible, el flojel del pubis y me acomodé contra su dulce pecho. Un segundo, suficiente para saber que al llegar a las caderas me devolvería el Moussel y me abandonaría en un estado de excitación que presagiaba un nuevo encuentro. Y así fue. Convendrás conmigo que tenía una de las pieles cobrizas más perfectas que nunca vimos. Un cuerpo un puntito redondeado, de caderas robustas y fuertes piernas. El pecho bien amueblado y una cara de facciones tan hermosas como su mirada límpida, que me cuesta trabajo reconocerlo ahora, treinta años después, en esa gordita relamida y maliciosa que es hoy el alucinante Michel. Fue durante años, el chico más guapo de nuestro despertar al mismo sexo.


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