6.10.11

FUTBOL CALLEJERO



Un poema de Denis Cooper


Sus vaqueros relucían cortados
muy por encima de la rodilla, y mis amigos
y yo los observábamos desde el porche,
con algún libro de poemas perdido en el regazo
y los ojos muy abiertos, peces
tropicales detrás de nuestras gafas.

La pelota pasaba de mano en mano;
sus zapatillas deportivas se clavaban
en el asfalto, y había focos de sudor
en sus espaldas poderosas. Soñábamos
con abrazarlos, agacharnos frente a ellos
en habitaciones extrañas y corrernos.

En una ocasión la pelota llegó
hasta donde estábamos y dos de los chicos
vinieron con los brazos en jarras pidiendo
que se la devolviéramos, lo que hizo que Arthur
bastante mal, y tuvieron que correr a por ella.
uno se dio la vuelta y nos dio las gracias,


y nos imaginamos sus dientes afilados
recorriéndonos el cuello. Queríamos
que se acercasen, que pusieran sus profundas
y húmedas axilas sobre nuestros labios, después
sus níveos culo y luego aquellas
bocas estridentes. Un día uno de los chicos

estaba demasiado cansado; no se movió
con la suficiente rapidez y le atropelló un coche.
se quedó tumbado quince metros más allá, muy sexy,
pero ya cadáver, la sangre como si fuese carmín,
y sus compañeros se reunieron en la acera.
No acercamos a ellos, pareciendo

una gran fraternidad ante la policía, que nos preguntó
si era nuestro amigo; aquellos chavales
estaban demasiado tristes como para responder.
sabíamos su nombre, Tim y que una vez
nos dio las gracias amablemente, pero ahora estaba
debajo de una sábana, tan anónimo como Dios,

rodeado de todos esos tiarrones llorando,
murmurando incoherencias, con nosotros
tan pasmados como se sienten los intelectuales
en estos casos, nuestras agudas voces
quedas como el tintineo de una lámpara de araña
en un techo demasiado alto e inalcanzable.


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