Fragmento extraído de la novela
De incógnito de Matthew Rettenmund
Retozó con la cremallera de mis vaqueros, bajándola poco a poco para que pudiera ver mi propio streptease inminente. La polla hinchaba obscenamente mis calzoncillos negros y baratos, y no podía hacer otra cosa que mirarla como un tonto, sorprendido de verme a mí mismo desde ese ángulo mientras las manos de Alan controlaban cada movimiento del proceso. Me murmuró algo más al oído, demasiado cerca y demasiado húmedo para que pudiese captar las palabras, pero notaba cómo chisporroteaba su aliento. Atrayéndome hacia sí, gano suficiente impulso para bajarme los vaqueros y luego agarrar la tira elástica que coronaba mis caderas. Fue un descubrimiento exquisito, un placer prolongado y desesperante…no me veía capaz de resistir aquella clase de sexo orquestad durante mucho tiempo sin una estimulación directa y brutal. Al final, tiró de mis calzoncillos hacia abajo, apartándolos de mi erección al tiempo que el tejido ardí por encima del cerco sensible del glande. La polla se me quedó tiesa con la empalmada más impresionante de mi vida. Parecía tan sensualmente fuera de lugar allí… una polla enhiesta sobre el futón cuando éste hacía las veces de sofá en lugar de cuando servía de cama. Alan estiró los brazos y me envolvió la polla con sus manos cálidas, haciendo que aquella sensación me sofocase de placer, de seguridad. Me agarró el miembro con la misma familiaridad con que habría agarrado el suyo y empezó a acariciarme con maestría, sin vacilación alguna. Su lengua me acariciaba incesantemente la oreja, haciéndome cosquillas, mientras una mano me acariciaba abajo y la otra subía para hostigar a mis pezones. Nunca había experimentado una avalancha de estímulos tan cariñosa, un escarceo sexual tan poco egoísta con ningún hombre famoso por su ego de estrella. Nadie imaginaría que los sementales puedan ser especialmente generosos en la cama, sin embargo Alan, pareció desinteresado la primera vez que hicimos el amor, casi abstraído por completo en el descubrimiento de mi cuerpo. Acomodando la totalidad de mis testículos en sus manos y masajeándolos hasta que llegué al límite del dolor, siguió rastrillando mi pecho con los dedos, acariciándome el vello y pellizcándome los pezones.
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