14.2.11

DISPUESTO A LA TORTURA


Fragmento extraído del libro
Cuentos inenarrables de Aldo Coca



Manolo se sentó en el borde de la cama, se quitó los mocasines y se quedó quieto, con los pies enfundados en los calcetines, apoyados en una alfombrilla de pelo de oveja. Entonces el encapuchado, muy suavemente, le tomó por los hombros, le hizo girar ligeramente, le pasó un brazo por debajo de las rodillas y le tendió boca arriba en la cama, con al cabeza apoyada en la almohada. Manolo permaneció así, tenso como un cuchillo, con los ojos abiertos, mirando al techo, las piernas apretadas una contra otra, los puños cerrados junto a los muslos, la punta de los pies hacia arriba. El encapuchado, que emanaba un vago perfume a espliego, levantó un brazo, estiró la mano entreabierta encima de los ojos de manolo y empezó a moverla circularmente, muy despacio para hacérselos cerrar. Luego, una vez que manolo los hubo cerrado, se puso acariciarle levemente, casi sin tocarlos, primero el cuello y los hombros, luego el pecho, después el vientre y más tarde los muslos y las piernas. Poco a poco, la tensión de manolo fue desapareciendo; abrió los puños, relajó las piernas, inclinó los pies a izquierda y derecha, emitió un suspiro y reclinó la cabeza hacia un lado. Manolo se había relajado del todo. Ahora sentí más fuerte la presión de la mano sobre le cuerpo a través de la camisa, de la tela áspera de los pantalones, de los calcetines. Manolo sintió el ñeque el encapuchado le estaba desatando la correa, que le desabrochaba la pretina, que le descorría la cremallera de la bragueta y que separaba bien separadas las dos partes de la misma. Después, sintió su mano que le acariciaba el miembro a través de los calzoncillos y que, con los dedos, le presionaba lentamente los testículos, Se sintió enrojecer. Una especie de llamarada ascendía por su cuerpo desde le bajo vientre hasta la raíz de los cabellos. Tenía los ojos entornados y los labios, encarnadísimos, entreabiertos en una sonrisa involuntaria.

Ahora Manolo sentía que una de las manos del encapuchado buscaba, a través de la camisa, uno de los pezones y que, al encontrarlo, se lo acariciaba y se lo pellizcaba, mientras, con la otra mano, seguía sobándole el miembro, los testículos, la entrepierna. Luego, dejó de acariciarle, y manolo sintió que le estaba desabrochando la camisa, que se la abría completamente y que seguía pellizcándole los pezones hasta que se los puso tan turgentes que casi le hacían daño. Manolo sentía su miembro erecto, a punto de reventar dentro del eslip asustadísimo. Se retorcía involuntariamente. Hubiera querido quitarse del todo los pantalones el eslip y los calcetines: quedarse denudo del todo. Pero nos e movió, prefería dejarse hacer, sufrir aquella especie de violencia relativa, porque era querida, pero que a pesar de todo, le hacía convertirse en víctima…


El encapuchado dejó de acariciarle por un momento. Manolo sintió sus dos manos pasar por debajo de su cintura, tirar de su cuerpo hacia arriba hasta arqueárselo ligeramente, agarrarle la pretela de los pantalones y del eslip y tirar a la vez hacia abajo para descubrirle las piernas hasta debajo de las rodillas. Manolo volvió a recostarse en la cama y separó lo más que pudo las piernas. Ahora sentina que el encapuchado le cogía el miembro con dos dedos y que empezaba a mover la piel del mismo, lentamente, hacia arriba y hacia abajo, mientras con la otra seguía acariciándole el cuello, las axilas, el pecho, el ombligo, la entrepierna, los muslos y los pies a través de los calcetines. Manolo se encontró, sin querer, empujando las ancas hacia arriba y hacia abajo. Entonces, el encapuchado le cogió el miembro con toda la fuerza y aumentó el ritmo del movimiento hacia arriba y hacia abajo. Manolo se sentía gemir quedamente y empezó a agitar la cabeza de un lado para otro en el almohadón y se decía que aquello era insoportable, que no lo resistiría, pero resistía, porque, cuanto más se movía, más sentía dentro del miembro algo que pugnaba por abrirse paso. Entonces, el encapuchado detenía por un momento, el ritmo de la mano, o lo disminuía. El encapuchado detuvo una vez más el movimiento de la mano, acarició lentamente el cuerpo de mabolo, como si se despidiera de él, y súbitamente reanudó otra vez con velocidad creciente el movimiento de la mano, aunque ahora casi sin apretarle el miembro. Manolo agarraba la sábana con las manos y sentía que aquella cosa que pugnaba por salir dentro de su miembro, se abría paso, pulsionaba las paredes del músculo endurecido y finalmente salían al exterior en uno, dos tres, innumerables chorros de líquido caliente que fueron a caer sobre su pecho y sobre su vientre.



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