de Mª Antonia Oliver
Habíamos estado juntos cerca de tres años y habíamos tenido temporadas realmente buenas. Nos amamos con un amor a veces, tranquilo, a veces loco, con momentos de celos y momentos de indiferencia, con ternura y amistad y orgullo y sin fidelidad. Supongo que nuestro amor fue como el de tantas otras parejas, heterosexuales u homosexuales, pero para nosotros era un amor único, superior y magnífico, diferentes, y para mí fue un descubrimiento, un impacto para el cuerpo y el cerebro, todo al mismo tiempo, que me hacían sentir libre por primera vez en la vida. Y feliz. Recuerdas Fabricio, el día que salías a la terraza, desnudo, con la verga todavía empinada, porque justo habíamos acabado, y te pusiste a gritar como un loco.- ¡Te amo, Tomea! ¡Te amo, Tomea! No me decías nunca Tomea. Siempre me llamabas Tomeu, y siempre lo decías con un deje de mordacidad que a mí tanto me gustaba. Y es que tú también eras muy hombre, sí señor. Cómo me gustan los hombres. Locos, pero hombres. Un poco tocados. Como yo mismo. Tu voz- tenías una voz tan preciosa, Fabricio, ¿No te lo había dicho nunca? ¿que me enamoré de tu voz? Sí, claro que te lo dije. Muchas veces. Tú voz, en Milán, resonó por encima de los tejados, bajó arañando las fachadas, rodó por las aceras, tropezó con los milaneses, se paró en las tiendas y se estrelló entre los turistas de la Plaza del Duomo. ¡Te amo Tomea! Y entonces, cuando te cansaste de gritar, entraste, te pusiste el condón nuevo, yo todavía llevaba el mío puesto. Y me penetraste otra vez. Y después yo te lo hice a ti. Y después, cuando estábamos tirados en la cama, subió Lerino y nos chupaba, y nosotros reíamos, porque nos hacía cosquillas.
Habíamos estado juntos cerca de tres años y habíamos tenido temporadas realmente buenas. Nos amamos con un amor a veces, tranquilo, a veces loco, con momentos de celos y momentos de indiferencia, con ternura y amistad y orgullo y sin fidelidad. Supongo que nuestro amor fue como el de tantas otras parejas, heterosexuales u homosexuales, pero para nosotros era un amor único, superior y magnífico, diferentes, y para mí fue un descubrimiento, un impacto para el cuerpo y el cerebro, todo al mismo tiempo, que me hacían sentir libre por primera vez en la vida. Y feliz. Recuerdas Fabricio, el día que salías a la terraza, desnudo, con la verga todavía empinada, porque justo habíamos acabado, y te pusiste a gritar como un loco.- ¡Te amo, Tomea! ¡Te amo, Tomea! No me decías nunca Tomea. Siempre me llamabas Tomeu, y siempre lo decías con un deje de mordacidad que a mí tanto me gustaba. Y es que tú también eras muy hombre, sí señor. Cómo me gustan los hombres. Locos, pero hombres. Un poco tocados. Como yo mismo. Tu voz- tenías una voz tan preciosa, Fabricio, ¿No te lo había dicho nunca? ¿que me enamoré de tu voz? Sí, claro que te lo dije. Muchas veces. Tú voz, en Milán, resonó por encima de los tejados, bajó arañando las fachadas, rodó por las aceras, tropezó con los milaneses, se paró en las tiendas y se estrelló entre los turistas de la Plaza del Duomo. ¡Te amo Tomea! Y entonces, cuando te cansaste de gritar, entraste, te pusiste el condón nuevo, yo todavía llevaba el mío puesto. Y me penetraste otra vez. Y después yo te lo hice a ti. Y después, cuando estábamos tirados en la cama, subió Lerino y nos chupaba, y nosotros reíamos, porque nos hacía cosquillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario