13.3.09

MASAJE CON CENSURA FINAL


Fragmento extraído de la novela
Junto al pianista de David Leavitt


¿Cuántos años has dicho que tenías? No lo he dicho. Dieciocho, repitió Kennigton. Me juego lo que quieras a que aún te está creciendo pelo en el pecho. Pasó el dedó por el cuello desabrochado de Paul. A mí, después de un vuelo largo, no hay nada que me guste más que un buen masaje en la espalda. Y si haces… ¿Quieres que te dé uno? levántate. Eso es. Se sentó en el sillón de Paul. Ahora siéntate. En el suelo. Bien. Unas duras piernas envolvieron a Paul, que sintió un repentino ritón en los hombros. Soltó un sonido. ¿Demasiado fuerte? No. está bien. La verdad es que nunca me habían dado un masaje en la espalda. Y qué manos más grandes tienes. Las mías son pequeñísimas. ¿ y tú estás casado? ¿Cómo voy a estarlo? ¡Sólo tengo dieciocho años! pero seguro que tienes novia. No. ¿Y novio? Paul no dijo nada. Puedes dejar la ropa en la silla continuó Kennington. No puedo darte un masaje en condiciones con la ropa puesta ¿verdad? Paul estuvo de acuerdo y, dándose la vuelta, empezó a desabotonarse, un tanto cautelosamente, la camisa. Kennington lo contempló. A decir verdad, su propio descaro lo asombraba un poco: al fin y al cabo, el ofrecimiento de un masaje es con mucho la táctica de seducción más cínica. Voy a buscar una toalla. Dijo Kenington y se dirigió al cuarto de baño. Cuando regresó con una toalla y una loción para el cuerpo en la mano. Paul estaba de pie junto a la silla en ropa interior. En lugar de los calzoncillos habituales, Paul llevaba unos inmensos calzoncillos blancos, casi bombachos. Kenington respiró hondo. Le acarició la parte posterior de las pantorrillas y Paul se le puso la carne de gallina. Fuera empezó a llover, un tamborilleó constante contra la ventana. Relájate susurró Kennington. Eso es. Inclinándose, le besó el cuello. Eh, estás temblando dijo Kenington. Será mejor que te metas en la cama. Lo siento. Me temo que me has malinterpretado… o a lo mejor he sido yo. Malinterpretar ¿qué? La razón por la que he venido. ¿Por qué has venido. Para verte. No por.. Bueno ¿cómo puedes saber cómo eres si no has hecho nunca nada? Y tras apagar la luz, empezó en la oscuridad a quitarse el reloj. ¿Estás bien? Sí, pero no te has… No importa. Encaramándose en el acama Paul empezó a ponerse los calzoncillos. ¿No quieres ducharte? preguntó Kenington, encendiéndole la luz. No, está bien, no me hace falta. Y gracias por… Paul, se apartó, fue a buscar los pantalones, le dio la vuelta a la camiseta. Kenington se sentó en la cama, Una rala fina de vello como si de centinelas se tratara, desfilaba desde el ombligo de Paul hasta sus pantalones. Luego, el vello desapareció debajo de la camiseta, la camiseta debajo de la camisa. Los calcetines y los zapatos fueron los últimos. Fue como contemplar una película al revés.

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