Fragmento extraído de la novela
Las noches salvajes de Cyril Collard
Las pocas cosas que sabía de Omar también me acercaban. Familia de once hijos, marginados inevitables, hermanos delincuentes, otro epiléptico, él salvado de quince años en la barracas de Nanterre, del alcohol y de la violencia de los bares de los sábados por la noche. Una flor magnífica y dura, brotada entre la basura. Yo sabía que no sentiría nunca el deseo de tocar el cuerpo de Omar, si no hubiera conocido uno de sus hermanos ladrones, lo habría hecho para adivinarle el sexo bajo el tejido de los tejanos, para que tumbara su cuerpo y los desplegara encima de las sábanas de mi cama, para que lo cerrara dentro de mí con una ternura presentida, el reverso fantaseado de la eclosión de la flor dura y magnífica. A los límites del barrio, vienen a ligar homosexuales temerarios. Para los jóvenes argelinos es un juego; para los hombres que desean los cuerpos musculosos y los ojos oscuros, es una tragedia repetida sin fin. Farid y su compañero Hassan tienen los dos catorce años. Hacen amistad en secreto con Jean, un chico de veinticinco años. Jean conoció primero a Farid, una noche, mientras deambulaba solo, un poco apartado del barrio de barracas; lo abordó, lo toqueteó un poco. Farid gozó enseguida en sus pantalones. Jean le pasó un billete. Farid, avergonzado, huyendo corriendo. Jean vuelve, ve a Farid de nuevo, esta vez con Hassan, pero no intenta acariciarlos. Hablan.
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