12.2.13

EL AMANTE DE LOS CHICOS




Fragmento extraído del libro
La soledad de pararrayos de J. Ricart

 “Debe tener unos diecinueve años, tiene la piel muy morena, oscura, y lleva una camiseta de tirantes y unos pantaloncitos negros. Su sonrisa, su mirada y su caminar son principescos, de una belleza incomparable. Verle con una niña  de un año en los brazos, mimándola afectuosamente, es una experiencia a la vez carnal y fragante – como si probaras un néctar delicioso- que te catapulta directamente hacia el Olimpo de los dioses” Es imposible leer esta secuencia sin dejar pensar  por un momento en Rachid y en  aquellas maravillosas vacaciones, que cambiaron definitivamente mi vida…Es como si alguien se me hubiera adelantado y copiado la idea de escribir también un diario sobre Marruecos. Más allá de la anécdota meramente turística,  el escritor se adentra en el complejo estudio de la geografía de las relaciones humanas en un país donde la sensualidad va cogida de la mano de un pudor exagerado. Una sociedad escindida entre el puritanismo y la voluptuosidad de los sentidos cuyas manifestaciones afectivas -besos, abrazos, roces, contactos, mano sobre mano- desbordan y sorprenden ante los ojos de  nuestra fría educación. La mirada del autor es pura y tierna,  y al mismo tiempo erótica) sin embargo, en ningún momento cede a la obscenidad o el sexo fácil. Tal como señala Jordi Coca en el prólogo,  Isidre Bravo es un perseguidor de la belleza absoluta que la intenta hacer suya y también nuestra, unas veces a través de la fotografía furtiva y otras a través de la palabra sencilla y sin demasiadas pretensiones literarias como el amor platónico por Brahim, o la adoración de arcángeles y príncipes anónimos, inconscientes de su propio encanto. El amante de los muchachos, es pues un testimonio vital y personal, una atrevida narración que nos seduce a la par que enternece. Me solidarizo plenamente con ella, y aparte de recomendarla lo único que me queda es sentirla también como parte mía.

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