Fragmento extraído de la novela
Sígueme de Cristóbal Ramírez
Antes de que me la metiese tuve que chupársela. Se la chupé con satisfacción, para subírsela al límite. Mientras lo hacía dijo que le gustaba cómo se la mamaba., que le gustaba infinito, más que ninguna otra vez, que se la comía sabroso. Luego informó de la proximidad de su amenaza. Desnúdate- ordenó fríamente. Lo hice. Paseó lentamente sus ojos por mi cuerpo, deleitándose en cal, pausado. Se humedeció los labios y sonrió. Me dispuse a recibirlo girándome. Me aferró por los tobillos y levantó mis piernas hasta la cabeza. Deseaba mirarme a los ojos mientras lo hacía. Colocó mis manos detrás de las rodillas, bajo los muslos, y se acomodó para metérmela. Contrajo el cuerpo y la empuñó. Estaba rígida. Cerré los ojos y contuve la respiración, indefenso ante lo inevitable, cuando comenzó a meterla despacio, templando incontinente. Me mordí los labios para no gritar, pero aún así, emití un débil gemido gutural que tanto podía ser de terror como de placer. Cuando la tuvo toda dentro, enlazó sus manos, detrás de mi cuello y empujó hacia abajo, para enterrarla hasta la raíz, sin miramientos, una vez tras otra, en un vaivén estremecedor. Me penetraba con apremio, meciéndose primero a un compás lento, luego veloz y finalmente frenético, apurando el éxtasis. ¡Santo dios, cómo dolía! Dolía infinito. Aleix…Alexi gemía yo con la mirada atónita, las lágrimas resbalando mejillas abajo. Aproximó su rostro y frotó su piel en la mía, rascándome con su barba recia. Podía oír con toda nitidez su voz ronca de vicio. No temas, no te va a pasar nada. Susurraba. Su líquido entró a borbotones. Cuando me la sacó volvió a dolerme. Permaneció tumbado sobre mí unos minutos, desentendido, sin mirarme y luego me abandonó. Ni siquiera me dio las gracias.
Sígueme de Cristóbal Ramírez
Antes de que me la metiese tuve que chupársela. Se la chupé con satisfacción, para subírsela al límite. Mientras lo hacía dijo que le gustaba cómo se la mamaba., que le gustaba infinito, más que ninguna otra vez, que se la comía sabroso. Luego informó de la proximidad de su amenaza. Desnúdate- ordenó fríamente. Lo hice. Paseó lentamente sus ojos por mi cuerpo, deleitándose en cal, pausado. Se humedeció los labios y sonrió. Me dispuse a recibirlo girándome. Me aferró por los tobillos y levantó mis piernas hasta la cabeza. Deseaba mirarme a los ojos mientras lo hacía. Colocó mis manos detrás de las rodillas, bajo los muslos, y se acomodó para metérmela. Contrajo el cuerpo y la empuñó. Estaba rígida. Cerré los ojos y contuve la respiración, indefenso ante lo inevitable, cuando comenzó a meterla despacio, templando incontinente. Me mordí los labios para no gritar, pero aún así, emití un débil gemido gutural que tanto podía ser de terror como de placer. Cuando la tuvo toda dentro, enlazó sus manos, detrás de mi cuello y empujó hacia abajo, para enterrarla hasta la raíz, sin miramientos, una vez tras otra, en un vaivén estremecedor. Me penetraba con apremio, meciéndose primero a un compás lento, luego veloz y finalmente frenético, apurando el éxtasis. ¡Santo dios, cómo dolía! Dolía infinito. Aleix…Alexi gemía yo con la mirada atónita, las lágrimas resbalando mejillas abajo. Aproximó su rostro y frotó su piel en la mía, rascándome con su barba recia. Podía oír con toda nitidez su voz ronca de vicio. No temas, no te va a pasar nada. Susurraba. Su líquido entró a borbotones. Cuando me la sacó volvió a dolerme. Permaneció tumbado sobre mí unos minutos, desentendido, sin mirarme y luego me abandonó. Ni siquiera me dio las gracias.
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