9.5.11

FRENTE AL ESPEJO



Fragmento extraído de la novela
Salvajes mimosas de Dante Bertini


Y allí se fue, miembro en mano, a masturbarse en el cuarto, frente al espejo y con la luz encendida, de forma que Enrique no pudiera perderse el espectáculo. Este, decidido a no dejarse llevar por los caprichos del otro y menos aún por su propia calentura, se levantó para cerrar la puerta. Juan Antonio malentendió el movimiento: al ver que se acercaba, le sonrió por le espejo y, distraído, comenzó a bajarse los tejanos, dejando al descubierto sus firmes y contraídos muslos. Cuando al volverse, ya despojado de los pantalones, comprendió que estaba solo en la habitación cerrada, se dejó caer sobre la cama y volvió a rodear su rígido pene con la mano derecha, mientras la izquierda buscaba la bolsa de sus huevos y los acariciaba con tierna dedicación. El antebrazo vigoroso del tatuaje inglés subí y bajaba sin descanso en un ritmo agitado, logrando que el cuerpo desnudos e retorciera sobre la cama con la cara contraída por el dolor más que por el placer. Un momento después el glande había adquirido un morado color frutal que Juan Antonio parecía diluir a salivazos. Arqueándose, escupía sobre el pene enrojecido y era tal el tamaño del miembro que casi rozaba los labios. La mano, que antes se había entretenido con los magníficos cojones, trepaba ahora hasta su pecho y le acariciaba las tetillas, pareciendo poner en funcionamiento in oculto mecanismo de sonidos opacos, exclamaciones y jadeos. Toda la habitación se había impregnado de in olor entre animal y vegetal, absolutamente indescifrable, sensualmente provocador. Hubo un instante de quietud donde el silencio retornó de pronto, sorprendiendo al muchacho que, con las piernas abiertas y estiradas, cogía con ambas manos la verga en su apogeo, como queriendo tocar el techo con el glande que comenzaba en ese instante a descargar su jugo. Era espeso y blanquecino, y su cantidad tan importante, que amenazaba con inundar el cuarto. Terminada su ceremonia particular, el oficiante cogió la camisa que había dejado caer sobre la alfombra y se limpió con ella. Tenía los ojos lacrimosos y enrojecidos. Se pasó las manos por la cabeza alisándose el cabello y busco en un cajón algo que ponerse, optando por una camiseta negra de amplitud exagerada. Volvió a mirarse al espejo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario