
Fragmento extraído de la novela
Una prudente distancia de Lluís Fernández
Mi primera mili, la de verdad, la hice en la marina, en el Arsenal de Cartagena, y no puedo por menos que recordarla con nostalgia. Puede parecer una aberración en tiempos de objetores y de insumisos. Figúratelo, cientos de soldaditos recién descapillados durmiendo en tu misma habitación con todo el rugiente olor a tigre desplegado. Cientos de cuerpos púberes desnudándose al unísono ante tus ojos perplejos frente a tanta fruta prohibida diciéndote: ¡Cómeme! ¡Nena, nena era para volverse loca de la cabeza! Como ignoras las delicias del servicio militar, tú, que eres tan intelectuales, debo decirte que mejor que esquizofrénico es pasar por maricona. Los primeros días te insultan un poco, te hacen baldear cubiertas y fregar cocinas, pero luego se te rifan. Sobre todo la escala de oficiales. Esos saben lo que quieren tener en su casa para poner histérica a su mujer. Roberto, so capa de hacerme un hombre, logré pasar el periodo de instrucción más sublime de mi vida sexualmente activa. No había noche de guardia que algún cabo, incluso el sargento, no recurriera a nuestros servicios rápidos. ¡La de suboficiales que me comí sin recato! Se aburrían. En cuanto sonaba retreta los veías con el Play Boy en ristre abriéndose de piernas en el retén, sobarse las partes excitados, y pum, pensar en nosotras, ideales sustitutas de las mujeres. Luego, en la calentura de la noche, cuando todo era ya quietud en los pabellones dormidos, no tardaban en venir a despertarnos con algún turbio pretexto. Entrabas sigiloso en el cuarto de guardia, los veías restregarse el paquete con ostentación, mirarse cómplices, y adivinabas que te estaban pidiendo a gritos una mamada fugaz. ¡Y ojo como te negaras! Sin ponerte en antecedentes, te cogían de la cabeza. Te arrodillaban. Se abrían la bragueta y surgían las vellosidades caracoleantes, cipotes nerviosos que apenas tenían tiempo de sacarles punta, pues a la primera embestida y fugaz lengüeteo se te corrían en la boca. Una vez finalizado, se apresuraban a tirarte a patadas del retén como a una apestada. La de semen de la escala de suboficiales que he tragado, cuando el semen era bueno, qué digo buenísimo. Muchas pollas después podía considerarme y aun hombre.
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