Un poema de Rafael José- Díaz
Juntos, nuestro último día, indetenible
el coche por los bordes de la isla,
un viaje silencioso hacia el lugar
entrevisto, hacia el confín, donde
las piedras de la noche, adivinadas,
brillarían tan sólo por nosotros.
El cielo compartido, los rostros,
la ciega proximidad del desierto,
y los ojos reunidos en la luz
ondulante del faro de la montaña,
los oídos atentos al rumor
de unos perros heridos, como un sueño.
Así, juntos, el coche detenido
al borde invisible de los acantilados,
silenciosa, en lo alto, la rueda
sin fin de las estrellas,
nuestros cuerpos, era el último día,
se bebieron hasta la tarde insaciable
la sed, el rumor azotante, afuera,
el deseo en lo oscuro, en el confín.
Hasta el centro bajamos, sin ver,
desde los bordes, hasta el centro
secreto de nuestros cuerpo. Y en un cuenco
que allí dentro encontramos, hacia el alba,
bebimos ciegos la sed, la última estrella.
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