23.5.11

DESEOS INSACIBLES


Fragmento extraído de la novela
Teleny de Óscar Wilde


Tras unos instantes de descanso, apoyado sobre un codo, regocijaba mi vista con la fascinante belleza de mi amado, auténtico modelo académico. Ancho y fuerte de pecho, brazos musculosos y rollizos, nunca había visto un vigor semejante a tal elegancia de formas, en él nadie hubiera encontrado no sólo el menor rostro de grasa, sino que la más leve demasía de carne. Todo en él era nervio y músculo. Y sus finos ligamentos le daban aquella graciosa agilidad, aquella flexibilidad. Su piel era de un blancor perlado y el ello de las diferentes partes de su cuerpo negro. Abrió los ojos, me tendió los brazos, me cogió la mano y beso, y mordisqueó mi nuca, luego pegando sus labios a mi espalda, depositó a lo largo de ella una sucesión rápida de besos que se parecían a una lluvia de pétalos de rosas cayendo de un rosal en flor. Cogiendo entonces los dos lóbulos carnosos, los abrió con ambas manos y mió su lengua en el agujero donde poco antes había hundido su dedo. Sus labios embalaban tan delicadamente en los míos que apenas los sentía, despertaban únicamente el deseo de sentir más cerca su contacto, mientras la punta de su lengua sometía la mía al suplicio de Tántalo. Mientras sus manos pasaban una y otra vez la parte más delicada de mi cuerpo con la misma levedad con que una suave brisa de verano arruga la superficie del agua. Yo estaba tumbado sobre unos cojines que me alzaban a la altura de él. Él puso mis piernas sobre sus hombros, y, separando mis nalgas, empezó a besar y luego a chupar el orificio del medio, cosa que me procuraba un placer inefable. Cuando hubo preparado d este modo la entrada lubrificándola con la lengua, trato de meter en ella la cabeza de su falo. Esfuerzo vano. Metí entonces su miembro en mi boca, lo acariciaba con mi lengua, lo chupé hasta casi la raíz. Con la punta de los dedos separé los bordes de aquella fosa todavía inexplorada y que se abría para recibir al enorme instrumento que se plantaba en su entrada. Una vez más empujó el glande, la punta penetró, pero el formidable champiñón no pudo avanzar y su verga se vio detenida así en su carrera. Lo intentó de nuevo, empujando con suavidad pero con firmeza al mismo tiempo, los músculos del ano se relajaron y por fin el glande pasó, la piel se tensó de tal modo que unas gotas de sangre mancharon los bordes, pero el pasaje estaba forzado y el placer era más vivo que el dolor. Él estaba aprisionado, no podía ni hundir ni retirar su instrumento, cuando intentaba hundirlo más parecía que iba a resultar circuncidado. Suspendió por un momento su trabajo e hizo entrar el pene con un impulso más fuerte. La columna empezó a deslizarse, hora podía emprender la agradable tarea. Rehundió el miembro entero, el dolor que yo soportaba s fue adormeciendo tanto como se incrementó el placer. El diosecillo se agitaba dentro de mí, me cosquilleaba hasta el rincón más hondo de mis er. Todo había penetrado hasta la raíz. Sentía los pelos mezclados a los míos y a sus testículos frotar delicadamente mis nalgas.

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