Fragmento extraído de la novela
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena
Creían en todos los sentidos del exceso. Abundaban en la idea de un mundo simbólico y artificial, como muy superior a cualquier naturaleza. A la inversa, List parece creer radiantemente en la belleza de la vida misma, y de alguno de sus privilegiados habitantes, de forma que no era necesario manto ninguno, ni enjoyadas Herodías. Junto al desnudo natural (en la naturaleza) basta un símbolo mínimo y bello a la vez, que acredite la originalidad de la cámara, o su inserción voluntaria y nueva en esta larguísima tradición de la belleza. La desnudez y le monóculo. el modo exquisito en que Herbert se movía o miraba, lo explicaba por entero. Resumía siglos de cristales tallados en las manos. Pero vivía en las ruinas dóricas de un promontorio, entre fustes rotos de un templo que celebró a neptuno. El sol y le mármol coincidían en la piel del modelo. El interior del viejo fortín español poseía paredes de ladrillo rojizo, y desde alguna desgarradura se veía el mar. Otras fotografías mostraban en ese mismo escenario a uno de los chicos desnudo y de espaldas, entre estatua y contemplador de agua. Otras era los pies – primitivos y bellos- y los tobillos con el vello naciente, y el extremo de la gandora blanca. Sólo eso. O las duchas de muchachos en la arena, viéndose siempre menos de lo que uno presentía si miraba realizar la fotografía. Un muslo oscuro y tenso, pelo revuelto – como si flotara en el aire- y manos grandes y jóvenes como pugnando por asir algo. Todo tan refinado y erótico, en cuanto aparecía el cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario